Si hay un plato en Almería que nos une, nos llena y nos da excusas para zampar sin remordimientos, ese es el de las migas.

Pero, ojo, que aunque ahora las disfrutemos como reyes, sus orígenes son más humildes que un jornalero con la ropa remendada. ¿Quieres saber cómo un plato que nació de la necesidad ha terminado convirtiéndose en un símbolo gastronómico almeriense? Pues saca el babero y ponte cómodo, que vamos a viajar en el tiempo.

Un plato con más historia que tu abuelo

Las migas no las inventó tu abuela (aunque seguro que hace las mejores), sino que vienen de siglos atrás. Hay quien dice que los árabes nos dejaron esta joyita culinaria cuando andaban por aquí con Al-Ándalus, y la teoría tiene sentido. Se cree que las migas podrían descender del tharid, un plato musulmán que consistía en pan empapado en caldo con carne, uno de los favoritos del mismísimo profeta Mahoma. Vamos, que si hubieran existido los influencers en el siglo VII, este plato habría sido viral en TikTok.

Pero cuando los moriscos fueron expulsados, la cosa cambió. En Almería y otras partes del sureste, en vez de usar pan, se empezó a hacer con harina de sémola de trigo, más barata y fácil de almacenar. Así nacieron las auténticas migas de sémola almerienses, esas que hoy en día se convierten en tradición cada vez que caen cuatro gotas del cielo.

De comida de pobres a plato estrella

Durante siglos, las migas fueron el menú diario de campesinos, pastores y jornaleros. ¿Por qué? Porque eran baratas, llenaban el estómago y se podían hacer con lo que hubiera a mano. ¿Que había un poco de tocino? Se echaba. ¿Que solo había rábanos? Pues a engañar al hambre. Así era la vida.

Además, las migas eran ideales para las largas jornadas en el campo: un buen puñado en el estómago y a tirar todo el día. No necesitaban ingredientes caros, solo harina, agua, ajo y aceite, así que eran el salvavidas de los que trabajaban de sol a sol sin más lujo que una buena sombra para la siesta.

Y ojo, que aquí llega el dato curioso: la lluvia y las migas van de la mano. En Almería, cuando llovía, los agricultores no podían trabajar en el campo, así que aprovechaban para quedarse en casa y hacer un buen perol de migas con lo que tuvieran. Así se creó la tradición de que las migas «llaman a la lluvia»… o que la lluvia llama a las migas. No sabemos qué fue primero, pero lo que sí sabemos es que no falla.

La evolución de las migas en Almería

Con los años, la vida mejoró y la gente dejó de comer migas a diario (básicamente porque ya había más opciones en el menú). Pero en vez de desaparecer, las migas pasaron a convertirse en un plato especial, casi festivo. Dejaron de ser solo comida de subsistencia y empezaron a prepararse con más cariño, con embutidos, pescado frito y hasta frutas como uvas o melón.

En los bares y restaurantes de Almería, hoy en día las puedes encontrar como tapa estrella en muchos sitios. Eso sí, las mejores siguen siendo las de la abuela o las que se hacen en las casas los días de lluvia, con la sartén en el centro de la mesa y todo el mundo atacando con la cuchara.

Y aquí estamos hoy, comiendo migas no porque no haya otra cosa, sino porque nos flipan. De comida de pobres a manjar de sibaritas, las migas han resistido el paso del tiempo y han pasado de ser necesidad a tradición.

Las migas, más nuestras que el sol de Almería

Las migas han pasado de generación en generación, de los pastores a los abuelos, de los abuelos a nosotros, y seguramente de nosotros a quien venga después. Y aunque las cosas han cambiado y ya no las hacemos solo cuando llueve, siguen siendo un plato que nos conecta con nuestra historia y con nuestra gente. Porque al final, unas buenas migas no son solo harina y agua: son compañía, son tradición y son Almería en estado puro.

Así que ya sabes, la próxima vez que hagas migas, acuérdate de que te estás comiendo siglos de historia… y de que siempre es mejor con tropezones. 😜

¡Por cierto! ¿Quieres saber cómo se hace o si receta? Dale un vistazo a esta publicación sobre la Receta de Migas almerienses.

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